La inteligencia canina: una realidad
Cuando uno les pregunta a muchos propietarios de perros si consideran que sus animales son inteligentes, la mayoría no duda en dar una respuesta afirmativa y la ejemplifican a través del clásico «sólo le falta hablar».
Sin embargo, cuando uno les pregunta qué es la inteligencia parecen no tener demasiada idea acerca de lo que significa este concepto, por lo que suelen recurrir a ejemplos de la vida cotidiana para demostrar lo afirmado.
«Mi perro es inteligente porque rápidamente aprende a hacer todo lo que le enseño.» 0 bien dicen: «Es tan inteligente que sabe distinguir el ruido del motor de mi auto cuando llego del trabajo y no reacciona si otro auto igual al mío se detiene en la puerta de casa.» O explican: «Sin que nadie se lo enseñara aprendió a abrir todas las puertas de la casa.»
Si analizamos detenidamente estos comentarios podemos darnos cuenta de que en todos ellos las personas se refieren a la capacidad de aprender que tienen sus perros. Pero si bien esta capacidad es una condición básica para toda inteligencia, no es un sinónimo de ese concepto. Dicho en otras palabras, el hecho de que un perro posea una gran capacidad de aprendizaje no significa necesariamente que sea inteligente. Por lo tanto, para encontrar una respuesta a este interrogante, primero es necesario definir el significado del término inteligencia.
Una definición que tiene consenso entre la mayoría de los científicos es aquella que dice que la inteligencia es la capacidad de enfrentar símbolos, relaciones y conceptos abstractos, así como nuevas situaciones o problemas, y resolverlos de una manera adecuada. A partir de esta definición muchos sostienen que la inteligencia canina es más un mito que una realidad.
Sin embargo, Aristóteles (384-322 a.C.) sostenía que la razón de los animales difería de la nuestra no por su naturaleza sino del más al menos. Otro filósofo griego, Porfirio (232-304 d.C.), haciendo uso de un razonamiento simple y claro decía: «Entre los animales hay muchos que aventajan al hombre por su tamaño, su velocidad, el alcance de la vista, la sutileza del oído. Pero no por esto el hombre es sordo, ciego o débil, ni está privado de movimiento. Si los hombres tienen más inteligencia que los animales, esto no es una razón para sostener que los animales no la tienen en absoluto; del mismo modo que sería erróneo sostener que las perdices no vuelan porque los gavilanes vuelan mejor que ellas».
René Descartes, filósofo francés del siglo XVII, sostenía que los animales carecían de estado consciente, de inteligencia y de cualquier proceso mental análogo al del ser humano. Muchos psicólogos y fisiólogos compartieron, e incluso comparten en la actualidad, este concepto. Para ellos los procesos mentales superiores que rigen el comportamiento humano están gobernados por principios distintos de aquellos que rigen el comportamiento animal. Más aún, para muchos científicos los animales en general y los perros en particular no serían otra cosa que máquinas biológicas que actúan sobre la base de reflejos y reacciones automáticas programadas genéticamente.
También para algunos científicos prominentes como Charles Darwin la inteligencia de los animales no es un mito sino una realidad. En su libro La descendencia del hombre sostenía que la diferencia entre la inteligencia de los seres humanos y la de muchos animales era una cuestión de grado y no de clase. Más aún, Darwin afirmaba que «las distintas emociones y facultades -como el amor, la memoria, la atención, la curiosidad, la imitación, etcétera- de las que se jacta el hombre, se encuentran en condición incipiente y a veces bien desarrolladas en los animales inferiores».
En lo que a mí respecta, me encuentro mucho más cerca de la opinión de Aristóteles, Porfirlo y Darwin que de la de Descartes y sus seguidores contemporáneos.
Recuerdo que ya en mi época de instructor canino pude comprobar personalmente la existencia de inteligencia en el perro. El animal en cuestión era un ovejero alemán de dos años y medio de edad, de nombre Muck. Después de finalizar el entrenamiento de obediencia procedí a instruir a Muck en lo que se refería a guardia y protección de la quinta donde él vivía junto a sus dueños. Un día, ya finalizando el proceso, estaba trabajando con el perro suelto cuando mi ayudante, que hacía las veces de delincuente, saltó la cerca e ingresó repentinamente en la quinta a una distancia de unos cincuenta metros del lugar donde Muck y yo nos encontrábamos. Ante tal situación el perro salió presuroso a su encuentro. El «delincuente», por su parte, intentó correr alrededor de la casa, que se hallaba ubicada en el centro del terreno, con el objetivo de lograr que Muck lo persiguiese.
Cuando el perro advirtió esta situación, en lugar de ir detrás del agresor decidió dar la vuelta y enfrentarlo en el extremo opuesto de la casa. Esto causó una desagradable sorpresa en mi ayudante, ya que mientras él esperaba ser perseguido por un lado, el animal decidió ir a buscarlo por el lado contrario. Resulta evidente que el perro se enfrentó a un problema y lo resolvió de la mejor manera posible, lo cual demuestra que tuvo una respuesta inteligente. Obviamente nadie sensato podría afirmar que la inteligencia canina está tan desarrollada como la del ser humano. Resulta también interesante destacar, aunque parezca increíble, que también está menos desarrollada que la del lobo.
Ahora bien, ¿por qué el antecesor salvaje del perro es más inteligente que su pariente doméstico? La explicación es sencilla. El perro que vive con una familia humana no necesita de su inteligencia para sobrevivir. Dado que se encuentra en un ambiente protegido, no se lo selecciona a partir de su inteligencia sino que se lo selecciona por su capacidad de respuesta al entrenamiento de obediencia. En cambio, en la vida salvaje, el individuo de mayor inteligencia resolverá mejor los problemas cotidianos, mientras que el de muy baja inteligencia tendrá mucha mayor dificultad para lograrlo y, por lo tanto, menos posibilidades para sobrevivir y dejar descendencia.
En síntesis, los lobos son más inteligentes que los perros debido a que están sometidos a una presión de selección en favor de la inteligencia. Por el contrario, la selección de los perros la realiza el hombre a favor de la docilidad, la facilidad de manejo y la capacidad de aprendizaje. Sin embargo, esto no significa que los perros no sean inteligentes, sino más bien todo lo contrario. De hecho, la inteligencia del perro es tan antigua como él mismo y lo acompaña desde su aparición en este mundo.
Extracto del libro «Nuestro perro»
Autor: M.V. Claudio Gerzovich Lis
Comportamiento animal
Fuente: Foyel.com.ar
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